Te miro con envidia. Despiertas mis pasiones, pero también un deseo irrefrenable de estar en tu piel, de estar dentro de ti, de sentir lo que tú sientes cuando las miradas se posan en aquello que tu muestras escuetamente para dejar a la imaginación el resto. Eres un sueño.
Sobre todo nos dedicábamos a hablar. Es cierto que alguna vez nos amamos, con amor carnal, pero eso fue lo de menos, porque eso, a veces, no es suficiente vínculo.
Nuestra verdadera necesidad de la otra, vino de aquel estar juntas, o de aquellas llamadas para charlar, para desahogarnos, para contar penas y alegrías, simplemente para enviar un beso...
Porque juntas éramos nosotras, dejábamos de ser el que cada día éramos, para convertirnos en ellas, en lo que soñábamos y deseábamos ser y dábamos rienda suelta a nuestro sentimiento oculto, a nuestra feminidad escondida, nos dejábamos ir, nos poníamos mimosas, cariñosas, éramos sensibles, débiles, coquetas...
Y eso era lo que nos hizo desearnos de verdad, desear aquellos encuentros, a veces fugaces, a veces largos, pero siempre intensos y hablábamos de cariñitos, de hacernos cositas, de ser malas, de ser poseídas, de entregar, de pedir, de deseos...
¿Me escuchas? Porque hablo contigo, te sigo buscando porque sé que existes y no renuncio a encontrarte.