Sabes de sobra que con tu presencia me torturas. No dices nada, ¿para qué las palabras? Simplemente vienes, te quedas ahí, porque sabes que yo acudiré.
Me siento extraña en este extraño mundo en el que casi todos me parecen extraños, cuando lo que una necesita es algo tan simple como el simple abrazo de otras personas que sientan como yo.
Pienso que esto no puede seguir, estoy haciendo algo que sólo existe en mi imaginación, no hay futuro. Y cuando voy a decirte que hemos terminado, me recibes así y yo me desarmo.
Tarde de maquillaje, de braguita, medias, vestido, zapatos de tacón, peluca. Estaba excitada al sentir sobre su piel las prendas suaves. Al pasar ante el espejo, se vio de refilón, dio marcha atrás y se miró de nuevo y sintió pena por aquel ser que le devolvía la mirada. Su tiempo había pasado, entre miedos, convenciones sociales, rechazos, dudas... Su amiga era también mayor, con arrugas en la piel, pero seguro que luciría espléndida, porque no hay mujeres feas. Sabía que no iba a estar a gusto, porque recordaría a la persona del espejo, patético remedo de lo que deseaba ser. La tarde de charla y amor, sería un fracaso. Su vida era un fracaso. Cogió el teléfono y la llamó: Lo lamento querida, pero me encuetro fatal.
Nos vestimos con nuestras falditas de colegialas y estuvimos hablando de nuestras cosas. No quería que acabara aquello, sabía que en cuanto te tocara, en cuanto me tocaras, no podría detenerme.